Quiero olvidarme de mí, desechar los
recuerdos.
Quiero olvidarte a ti, la totalidad de mis recuerdos.
Olvidar esas noches frías y mezquinas vividas bajo la neblina de esta ciudad, que se pone de acuerdo contigo para
acariciarme en mi llegada, y hacerme sentir propia de tí.
Olvidar las mañanas apasionadas, en que desbordábamos amor, sintiéndose uno
más dueño que el otro, y apropiándose del cuerpo ajeno, para vivir en auge el
amor.
Olvidar las canciones que sonaban acompañándonos al galope
de nuestro corazón.
Pero, cómo olvidar que vivimos sin rumbo fijo, sin lugar a donde ir,
cayendo en el lugar más impensado, deambulando por calles, sin importar el que
pasara, el que haremos. Importándonos tan sólo el seguir vivos, estar felices,
y por sobre todo, juntos.
Se nos hace difícil imaginarnos un futuro separados, la costumbre entrelazó
nuestras vidas, y hoy nos las arrebata con ferocidad, obligando a cada uno a
tomar su propio camino, a continuar cada uno con su vida.
Me aterroriza la idea que se ha marcado en mi, la del para siempre, cada
vez más inexistente.
Me aterroriza que estas lágrimas tortuosas que resbalan por mis mejillas fluyan cada vez más recurrentes. Y empalmada a ellas, retumbe en mi mente la
palabra “error”, como herida punzo-cortante, como eco en el alcor.
No quiero sentir ninguna emoción a la mención de tu nombre. No quiero
envolverme en excites traicioneros, que terminan siempre huyendo por mi puerta.
Hoy es la marcha de un amor autoritario y dictador que desvaneció toda
ternura. La marcha de un amor déspota y mandón, que volcó dulces alegrías en
calamitosos llantos.
Y con tu ida, nace una loca vida; una pasmosa y falsa felicidad que
enmascara mi mundo, y tergiversa mi realidad, apaciguándome del peso que trae
consigo la verdadera felicidad.
El reloj se ha detenido, mis manecillas se colgaron en ti. Y ahí prefiero
que permanezcan, sin avance, ni retroceso, en un detenimiento permanente,
puesto que no estoy dispuesta a girar alocadamente mis minutos y horas en torno
a ti.
Hoy el corazón me palpita con angustia, tan sólo tiene unas ganas voraces
de arrancar el pericardio y explotar, desgarrarse en mil pedazos de fibras y
no poder resucitar.
Tengo extrañas sensaciones de cómo la vida cambia sin dar aviso, de cómo el
amor se aleja sin pedir siquiera permiso. De cómo el mundo ha dado tantas vueltas,
pues, mis lágrimas son menores, y las tuyas se acrecientan.
Porque estoy forjando una férrea muralla a mis alrededores que impida el
paso a tropas enemigas que quieran derribarme y hacerme partícipe de tu amor
una vez más.
Hoy, me creí la más fuerte, mas estas lágrimas, son índice de que tus
palabras aun me descomponen de manera voraz.