Crucé la pista sin mirar, mientras las bocinas de los autos detonaban en
mis tímpanos. Y dentro de los autos, sentí las miradas lascivas de los taxistas
observándome en el rojo del semáforo. Me detuve a contemplar a la gente que no
había dentro de los restaurantes, a la gente dentro de las oficinas angustiada
por largarse, a la gente que caminaba en la misma acera que yo y me miraba
desconcertada pensando si estaba drogada o no. Me detuve a contemplarte en mi
mente, lejos, volviendo a tu mundo, a tu realidad, escapando de mi, huyendo
porque quieres, porque es tu destino. Pero no podía mirarme a mi, porque ya no
era yo, porque te llevabas gran parte de mi, en tu equipaje de mano, en tus
bolsillos, en tus ojos, entre tus manos.
Frente al espejo, no era yo, era sólo una imagen
distorsionada de mi, y las lágrimas caían, y mi mundo se iba destruyendo, se
iba cayendo a pedazos junto conmigo, pensando si esta es la vida que
merecemos, distanciados, si esta es la vida que merezco, con una persona que
huye y vuelve de vez cuando, y yo siempre, siempre, ando esperando.
